jueves, 24 de julio de 2008

Portada Boletin Dominical 13 de Julio de 2008


Primera lectura: Isaías 55, 10-11
Salmo 64: “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”
Segunda Lectura: Romanos 8, 18-23
Evangelio: San Mateo 13, 1-23

La Semilla, la Tierra y el Sembrador

Un sembrador generoso

En la parábola se nos dice que hay diversos tipos de tierra. No se dice de ninguna de ellas que sea mejor que otra. Cada una da su fruto. El sembrador no desprecia ninguna. En todas arroja la semilla con una generosidad digna de alguien que es tan rico que se permite despilfarrar su semilla en campos y tierras que van a dar nada o casi nada.

Hay que subrayar esta generosidad del sembrador, de Dios mismo. Dios es así. No tiene medida cuando se trata de regalar su gracia, su vida, su poder. El sembrador regala lo que tiene. Sin medida. Sin cautelas ni prudencias.

Un sembrador paciente

Y, luego, como todo campesino, se vuelve a su casa. Hay que dejar tranquilo el campo. Desde la siembra hasta la cosecha pasan meses de silencio, de heladas y lluvias, de calores y soles. Todo es necesario para que la semilla germine, crezca en la oscuridad de la tierra, salga a la luz, sobrelleve los fenómenos adversos y termine floreciendo, madurando y dando fruto.

Ese tiempo de silencio, aparentemente vacío, también forma parte de la vida cristiana y de la vida de la comunidad de creyentes. Con la diferencia de que el agricultor sabe por experiencia el tiempo que pasa de la siembra a la cosecha. Pero nosotros no sabemos exactamente el tiempo que puede pasar de la siembra de la Palabra a la cosecha que Pablo llamaba “la manifestación gloriosa de los hijos de Dios”.

Generosidad y paciencia

Generosidad y paciencia son, pues, dos características de la acción de Dios con nosotros. Y han de ser también las características del trabajo de los evangelizadores. Los resultados del trabajo pastoral, de la acción evangelizadora, no se miden como se miden los incrementos en las ventas de una empresa o como el campesino puede medir el resultado de la cosecha en el aumento de sacos.

Sembramos con nuestra forma de comportarnos, de amar a nuestros hermanos –sin poner condiciones, sin mirar si son tierra buena o mala–. Y luego dejamos que la Palabra trabaje. Que ya llegará a dar su fruto en su tiempo. Eso ya no es cosa nuestra sino de Dios. Y en él hemos puesto nuestra esperanza.

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