miércoles, 23 de julio de 2008

Portada Boletin Dominical 08 Junio de 2008


Primera lectura: Oseas: 6, 3-6
Salmo 49: “Al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios”
Segunda Lectura:
Romanos 4, 18-25
Evangelio: San Mateo: 9, 9-13

No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores

El Evangelio narra la llamada de Mateo (el mismo autor del evangelio), quien era “recaudador de impuestos” y al cual Marcos y Lucas llaman Leví. Los recaudadores de impuestos del imperio romano, los publicanos, eran gente censurada por el pueblo y por sus dirigentes religiosos, pues se les consideraba colaboracionistas de la opresión imperialista de Roma sobre la Tierra de Israel que era don del Señor. Sin embargo, Jesús llama a uno de ellos para que forme parte del grupo de sus discípulos.

En casa de Mateo, “muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos”. Se crea una sola mesa donde no hay divisiones, una mesa que es signo del reino anunciado por Jesús, fundado en la misericordia y la fraternidad.

Al ver esto los fariseos se escandalizan, pues ellos evitaban escrupulosamente todo tipo de contacto contaminante con este tipo de personas, consideradas indignas del perdón de Dios.

En abierta oposición con esta concepción religiosa, Jesús va más allá de todos los tabúes de separación que tienen su fundamento en las prescripciones legales relacionadas con la pureza exterior.

El proverbio mencionado por Jesús: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos”, quiere mostrar que aquellos que eran despreciables a los ojos de todos, son para él objeto privilegiado del amor y de los cuidados de Dios. Por eso Jesús acoge a los pecadores, como hace el médico que se preocupa por los enfermos. La cita bíblica de Oseas 6,6: “misericordia quiero y no sacrificios”, era objeto de debates en las escuelas judías de la época. Jesús invita a los fariseos a profundizar en el sentido bíblico del versículo para entender su modo de proceder. La palabra “misericordia”, traduce el hebreo hésed, el amor gratuito, misericordioso y fiel que Dios tiene por su pueblo y que el pueblo debe vivir como respuesta a la alianza. Con su praxis Jesús ha enseñado que el punto culminante de la experiencia de fe no es la adhesión externa a una ley, sino la práctica de la misericordia.

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