miércoles, 23 de julio de 2008

Portada Boletin Dominical 18 mayo de 2008


Primera lectura: Éxodo: 34, 4b-6. 8-9
Salmo Daniel 3: “A Ti Gloria y Alabanza por los siglos”
Segunda Lectura: 2 Corintios: 13, 11-13
Evangelio: San Juan 3, 16-18

LA SANTÍSIMA TRINIDAD
En la 1ª. Lectura, del libro del éxodo, aparece el “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”, que concede siempre su favor a los que confían en él. Aunque se equivoquen, aunque pequen, y tantas veces se alejen de él, Dios no les abandona. Moisés le pide: “Que mi Señor vaya con nosotros”. Y ciertamente, Dios acompañará a los hombres a lo largo de la historia, haciéndose presente en su vida y caminando a su lado. Evidentemente, esa actitud de Dios suscita en el creyente una actitud de agradecimiento, de adoración, de contemplación, las mismas actitudes con las que reacciona Moisés, las mismas actitudes que expresa el salmo responsorial: “A ti gloria y alabanza por los siglos”.El evangelio retoma este rasgo esencial de nuestro Dios, misericordioso y entrañable, que “amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.

Dios no quiere que nadie se condene, sino que todos se salven, y por eso se hizo hombre, por eso culminó esa voluntad de caminar al lado de los hombres con su encarnación, haciéndose él mismo uno de los nuestros en Jesucristo. Y todavía después de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús al cielo, tenemos el don del Espíritu Santo, fuerza y presencia de Dios Padre y del Hijo resucitado en medio de nosotros.Esta fe que profesamos en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, aparece continuamente en la oración. Es un misterio que creemos, y que celebramos, nos referimos a la SANTÍSIMA TRINIDAD, mencionando “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”.

Es lo mismo que ya hacía San Pablo, como vemos en la 2ª lectura de hoy. El apóstol, después de recomendar a los corintios que estén alegres, que se animen mutuamente, que vivan unidos y en paz, acaba esta segunda carta deseándoles que “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos ustedes”; una expresión, por cierto, tan utilizada y repetida también en nuestra liturgia.El misterio de la Trinidad es el misterio de la revelación de Dios a los hombres. A la inteligencia le cuesta comprender, pero la fe suscita en el creyente los sentimientos de agradecimiento y de contemplación por un misterio tan grande

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