Primera lectura: Isaías: 50, 4-7
Salmo: Nº 21 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Segunda lectura: Filipenses: 2, 6-11
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo: 27, 11-54
PROCESIÓN DE RAMOS Y PASIÓN DEL SEÑOR
Con la celebración del Domingo de Ramos damos comienzo a la Semana Santa. Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando el Señor subía a la ciudad de Jerusalén, los niños, con ramos de palmas, salieron a su encuentro, y con júbilo proclamaban “Hosanna en el cielo”. ¡Bendito el que viene y nos trae la misericordia de Dios!. La celebración de este domingo se inicia con una procesión cuyo objetivo es revivir aquella entrada en Jerusalén acontecida hace casi dos mil años y aclamar a Cristo como nuestro salvador, manifestar públicamente nuestra fe en Jesús, el Mesías.
Con la lectura de la pasión proclamamos ya la muerte de Cristo. Es, de alguna manera, un adelanto de la celebración del Viernes Santo.
Durante la cena pascual Jesús invita a los discípulos a comer su cuerpo y a beber su sangre, signos proféticos de la entrega de su vida en la cruz, porque desea compartir con ellos el camino y el destino de su existencia.
En el huerto de Getsemaní, Jesús es el modelo del perfecto orante que experimenta la agonía que supone la búsqueda y la aceptación sincera de la voluntad de Dios.
La crucifixión es el momento culminante. Jesús muere como el justo perseguido y torturado injustamente. Delante de él desfilan la humanidad que blasfema, las fuerzas del cosmos que anuncian una manifestación divina, los nuevos creyentes (el centurión), y la nueva humanidad liberada de la muerte por el Cristo (los muertos que salen de los sepulcros). Jesús muere en total soledad, rechazado por los hombres y aparentemente abandonado por Dios. El grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, no sólo expresa la profunda soledad y el abismal sufrimiento de Jesús, sino también su plena confianza en Aquel que puede salvar aún en la más desgarradora y mortal de las situaciones.
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