jueves, 13 de marzo de 2008

Evangelio Domingo 16 de marzo de 2008

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo: 27, 11-54

En aquel tiempo, Jesús fue llevado ante Poncio Pilato, y el Gobernador le preguntó: ¿Eres Tú el rey de los judíos? Jesús respondió: “Tú lo dices”. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: “¿No oyes cuantos cargos presentan contra ti? Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado.

Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato: “¿A quién quieren que les suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?”. Pues sabía Que lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: “No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él”. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador preguntó: “¿A cuál de los dos quieren que les suelte?” Ellos dijeron: “A Barrabás”. Pilato les preguntó: “¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías”. Contestaron todos: “Que lo crucifiquen”. Pilato insistió: “Pues, ¿qué mal ha hecho?”. Pero ellos gritaban más fuerte: “¡Que lo crucifiquen!”. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo: “Soy inocente de esta sangre. ¡Allá ustedes!” Y el pueblo entero contestó: “¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: “¡Salve Rey de los judíos!” luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: “La Calavera”, le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: “Éste es Jesús, el rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza: “Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo: “A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?”. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

Desde el medio día hasta la media tarde, vinieron las tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: “Elí, Elí, lamá sabaktaní”. Que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?. Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: “A Elías llama éste”. Uno de ellos fue corriendo; enseguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían: “Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo”. Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:“Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.

Palabra del Señor

COMENTARIO

En la antigua liturgia del Domingo de Ramos el sacerdote, al llegar ante la iglesia, tocaba fuertemente con la cruz de la procesión contra el portón, que todavía estaba cerrado y que en ese momento se abría. Era una bella imagen del misterio del mismo Jesucristo que, con la madera de su cruz, con la fuerza de su amor, tocó desde el lado del mundo a la puerta de Dios; del lado de un mundo que no lograba acceder a Dios.

Con la cruz, Jesús ha abierto de par en par la puerta de Dios, la puerta entre Dios y los hombres. Ahora está abierta. Pero el Señor también toca desde el otro lado con su cruz: toca a las puertas del mundo, a las puertas de nuestros corazones, que con tanta frecuencia y en tan elevado número están cerradas para Dios.

Y nos habla más o menos de este modo: si las pruebas que Dios en la creación te da de su existencia no logra abrirte a Él; si la palabra de la Escritura y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente, entonces, mírame a mí, que soy tu Señor y tu Dios. Este es el llamamiento que en esta hora dejamos penetrar en nuestro corazón.

Que el Señor nos ayude a abrir la puerta del corazón, la puerta del mundo, para que Él, el Dios viviente, pueda venir en su Hijo a nuestro tiempo, llegar a nuestra vida. Amén.

Homilía de S.S. Benedicto XVI. Domingo de Ramos de 2007

ABRAZO DE AMOR
Jesús no tiene nada y da a manos llenas. En su Crucifixión está la prueba de su inmenso Amor. En esta Semana Santa preparémonos para recibir su inmenso Abrazo de Amor

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