lunes, 28 de abril de 2008

Portada Boletín Dominical 27 de Abril de 2008



Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17
Salmo Nº 65: "Aclama al Señor, tierra entera"
Segunda Lectura: 1 Pedro 3,15-18
Evangelio: San Juan 14,15-21

YO LE PEDIRÉ AL PADRE QUE LES DÉ OTRO DEFENSOR

La alegría de creer
En la lectura de hoy Felipe, uno de los diáconos recién nombrados, llega a Samaría y predica a Cristo. El efecto es contundente: “La ciudad se llenó de alegría”. Ese es el resultado que produce la predicación de la Buena Nueva en las personas que la acogen: sus corazones se llenan de alegría. Cristo se convierte en el sentido de su vida, la fe devuelve la esperanza a las personas.
Del agradecimiento al diálogo
En la segunda lectura el apóstol Pedro exhorta a los creyentes a glorificar a Cristo Jesús. Es algo que sólo se puede hacer desde la alegría y el gozo, desde el agradecimiento que supone el saberse salvados, rescatados. Ese agradecimiento es la actitud vital del cristiano. Desde ella los creyentes son capaces de dar razón de su esperanza.
Jesús, causa de nuestra alegría
El amor se convierte en la actitud fundamental de la vida del creyente. Fuera del amor nada tiene sentido. El que ama sabe y el que no ama, no sabe nada. Ese es el gran mandamiento, el que engloba y da sentido a todos los demás: el amor. No hay otro mandamiento del que Jesús exija su cumplimiento a sus seguidores: AMAR. Y el que ama, cumple sus mandamientos y le ama a Él. Amar es más que un sentimiento, es un compromiso . Es una forma de estar cerca de los otros, procurando efectivamente su bien.
El Espíritu nos da fuerzas
Vivir así no siempre es fácil. Amar de la manera como nos invita Jesús a hacerlo supone coraje y mucho valor. Por eso Jesús promete a sus discípulos el envío del Espíritu de la verdad, de su Espíritu. Será su forma de seguir cerca de los suyos, de ayudarnos a aceptar de corazón sus mandamientos, el mandamiento del amor, y llevarlos a la práctica. Los apóstoles, en la primera lectura, imponían las manos y los creyentes recibían el Espíritu Santo y, entonces, su alegría era completa.

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